¿Y si sale bien? La Argentina libertaria posible, un país calamitoso

Por Damián Bil*

En el mundillo de las redes sociales, es común la expresión ¿Y si sale bien?, tanto para parodiar el rumbo de la política económica del gobierno como para defenderla. Es cierto que estas posiciones buscan solo el golpe de efecto inmediato del cual se nutre la discusión virtual, pero ninguna explica qué ocurriría si se cumpliera el interrogante que plantea la pregunta.

Más allá del cotorreo de las redes, la expresión nos obliga a reflexionar, de manera prospectiva, acerca del diseño social que se desprende de la propuesta libertaria en el largo plazo. En otras palabras, qué pasaría con el destino de esta experiencia nacional denominada Argentina si, efectivamente, al gobierno la cosa “le sale bien”.

Cabe aclarar que el camino escogido hoy, más allá de los exabruptos del presidente (como el “los voy a fundir a todos”), no es muy diferente al que planteaban el resto de los personajes más votados en 2023. El propio Rubinstein, candidato a ministro de Massa, manifestó reiteradamente su admiración por el ajuste que aplica LLA, planteando matices menores. Recordemos que la tercera candidata más votada se incorporó al oficialismo, recibiendo la llave de la política de seguridad. Estos elementos muestran a grandes rasgos el acuerdo del arco político. Esto es expresión de un nuevo “consenso liberal”, fenómeno común en tantas ocasiones de la historia argentina en que la crisis económica y social se agudizó.

Entonces, más allá de cuestiones coyunturales o de corto plazo para llegar a las elecciones de octubre, hay un lineamiento firme expresado en la necesidad de sostener el atraso cambiario. Como ya se intentó otras veces (Martínez de Hoz, Cavallo), se busca someter la economía a lo que se pretende sería la dinámica de “libre mercado”, lo que implica la supervivencia de los que tienen competitividad a nivel global y la quiebra de los que no lleguen a ese parámetro. El resultado: la aniquilación en cierto plazo de todo capital que no pueda afrontar la competencia, lo que incluye a gran parte de la estructura productiva argentina y a los que se emplean en esos sectores (y a sus familias), que es el grueso de la población del país. En ese contexto, solo sobrevivirían unas pocas ramas vinculadas a la actividad primaria, como el agro, el petrolero y (la renovada apuesta) la minería. Es una historia que ya vivimos en otros períodos no muy lejanos: el “deme dos”, la “plata dulce”, la facilidad para viajar y la bicicleta financiera; la invasión de importados y el incremento del desempleo. Experiencias que terminaron mal. Y esa es nuevamente la apuesta de mediano plazo: mantener un peso fuerte de manera artificial por cualquier mecanismo (blanqueo, préstamos de organismos internacionales, incentivos para la hasta ahora poco atractiva “dolarización endógena”), como puente para que en cierto plazo lleguen divisas genuinas, vía exportaciones primarias ya no de productos agrícolas en forma preponderante, sino también de la minería e hidrocarburos de manera creciente. 

El diseño al que se apuesta es ese: la transición de un país agroexportador a uno agro-minero exportador. De ahí la importancia mediática que se le otorgó al RIGI, pensado básicamente para la minería (cobre, el litio que ya está en explotación desde hace años, y otros) y los hidrocarburos (Vaca Muerta). Si este esquema llegara a resultar, la Argentina podría encontrar algunas “Pampas” adicionales, según la magnitud de exportaciones que puedan arrojar estos complejos a lo largo de los próximos años. Así, llegarían divisas que mantendrían el dólar bajo, con importaciones crecientes e inflación reducida, alineada a la media internacional. Pero el precio a pagar resultaría altísimo: la Argentina sería un país caro, sin industria o con una muy acotada a rubros específicos, con el mercado interno derruido; y al que le sobraría, fácilmente, más de la mitad de su población. Como aquel país de fantasía al que ya nos referimos en estas páginas (Belindia) o como otros latinoamericanos económicamente estables, pero con indicadores sociales paupérrimos. En el mejor de los casos, el dibujo social al final del recorrido arrojaría la consolidación de un núcleo de millonarios y un puñado de asalariados de estos sectores con buenos ingresos, que vivirían bien; y en contraste una masa ingente de trabajadores en empleos de salarios miserables, presionados por una masa gigantesca de desempleados o sub-ocupados. Un destino de calamidad social. 

Un libertario podría decir que estos modelos son los que han funcionado en países como Australia. Pero omiten una diferencia fundamental: la población. El país oceánico tiene poco más de la mitad de personas que habitan nuestro país. Si bien es un indicador parcial, el volumen de exportaciones puede alumbrar las diferencias entre ambas experiencias. Por caso, el volumen de exportación minera es muchísimo mayor que el nuestro. En 2022, Australia exportó 98.200 millones de dólares en carbón, 86.000 millones en hierro y casi 64.000 millones de gas de petróleo. Solo con esto, casi tres veces más que el total de la Argentina. Con esos guarismos, puede sostener otras producciones y a su población. Para dar una idea de la diferencia, para alcanzar los niveles de exportación per cápita de Australia, con su población actual la Argentina debería exportar ocho veces más de lo que vende hoy al exterior, superando los valores de potencias como Japón.

Es difícil saber si este camino es factible, más en un país impredecible como la Argentina. Por ahora, las cartas no parecen jugarle a favor al gobierno, sobre todo en el plano internacional. Pero si el posible fracaso de este intento, otra vez, nos devuelve a un esquema de subsidios a empresarios ineficientes que dilapidan la riqueza social, permaneceremos en el bucle constante de la decadencia y de las mismas recetas fallidas. Es necesario que un Estado organizado sobre otras bases sociales, planifique las inversiones de largo plazo en nichos rentables de alta tecnología y buenos salarios, con incremento real de la productividad. Solo así podremos iniciar un recorrido que no desemboque en las distopías que nos presentan las opciones del régimen.

* Nota publicada en Deuda Prometida, 05/07/2025.

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