Un paseo (necesario) por el desconcierto kirchnerista y el paisaje de la derrota

Eduardo Sartelli

Vía Socialista

Cualquiera puede, con un celular o una pc y una simple conexión de internet, entrar a un mundo fascinante y patético. Fascinante, porque revela un desconcierto, es decir, algo que estaba “concertado”, que funcionaba como una orquesta, al unísono, a pesar de estar compuesto, como toda orquesta, de instrumentos muy dispares. Patético, no en el sentido que utilizamos corrientemente, es decir, de algo que da “vergüenza ajena”, sino en el de la inscripción beethoveniana: “con mucho sentimiento”. O, en la misma línea, como sugiere la RAE: “Que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza”. Porque, evidentemente, la descomposición del kirchnerismo que la pasividad y la desorientación de Cristina generan, produce un evidente “desconcierto”, que expone un dolor profundo. La militancia no sabe qué hacer, no comprende y duda, una duda que se extiende cada vez más desde los bordes hasta el mismísimo centro.Desde el borde más exterior, si se quiere, el que ocupa gente como Lozano: “Lozano se hartó y salió a decir lo que todo el FdT calla sobre Massa y sus nuevas medidas”, titula Diario K, reproduciendo la entrevista de Adrián Murano para El Destape Radio. Y allí podemos escuchar a Lozano despotricar contra Massa y reclamar espacios que su “espacio” nunca tuvo porque se sumergió en el FdeT y claudicó ante el dedo de la Gran Jefa y tiene miedo de que, cuando ella lo obligue a votar al Tigre del Departamento de Estado, lo corran con el remanido argumento de que presentarse aparte es “hacerle el juego a… la derecha”.

Más cerca, Alejandro Bercovich tratando que el cararrota de Carlos Heller explicara lo inexplicable: le sacan un bono en dólares a los jubilados, le dan uno en pesos y se lo regalan a los bancos. Todo para conseguir la financiación que ya no consiguen emitiendo nuevos bonos en pesos que los bancos no aceptan más. Dicho de otra manera, reciclan “promesas de dólares futuros” que ayudan a los bancos a mantener la ficción de que tienen algo en cartera que guarda algún valor. Es decir, un deudor quebrado ayuda a su acreedor quebrado a mantener la ilusión de que todavía está a flote un barco que ya se hundió. Heller, como buen chanta, elabora una explicación que no explica nada, desdoblando la medida y justificando por qué esto no cambia nada a los jubilados, evitando hablar de la segunda parte del asunto, a saber, el negocio de los bancos, que, apenas asuma el nuevo gobierno, en unos pocos meses, verán subir el precio de esos bonos, que están por el piso (25%) y podrán venderlos haciendo una buena ganancia, antes de que la nueva administración demuestre que es tan incapaz de pagar como la vieja. “Timba creativa”, se podría llamar. Bercovich se esfuerza por comprar un verso increíble, pero no puede, porque no se puede pagar nada por lo que vale nada. Queda flotando la sensación de que quisiera creer.

Circulo casi íntimo: Jorge Alemán, fanático hasta la irracionalidad, entrevistado por Murano, de nuevo, se arrodilla para rogar que Cristina se presente y no los obligue a votar a Massa. Murano le advierte que Massa es el candidato de Cristina y Alemán se niega a aceptarlo, en un ejercicio de ilusión empecinada que haría las delicias de cualquiera de sus colegas profesionales. El punto más álgido de ese empecinamiento llega cuando una periodista que acompaña a Murano, autoconfesa “fanática” de Alemán, le pregunta si es suficiente con pedir la presencia de la Señora del Calafate, habida cuenta de que “esta Cristina” no parece ser la misma que “conocimos”, y que ella misma podría “traicionar” la “gran tradición K”. Alemán tropieza, tartamudea y concede que Cristina debiera dar muchas explicaciones, pero, otra vez, da la impresión de que una palabra de la Papisa bastará para sanarlo y aceptar incluso que Sergio, el de la Embajada, sea considerado, finalmente, “nuestro Sergio”.

La Jefa se quedó sin ideas, está solo en la suya, es un hecho cada vez más evidente hasta para los fieles más fieles. Lo que la asamblea de los creyentes no parece darse cuenta, aunque del dolor comienza a brotar cierta conciencia, es de que el problema central no es la Jefa, sino la incondicional relación que ellos, los creyentes, tienen con ella. Están esperando que mueva su dedo y señale. Sólo exigen, a lo sumo, una explicación, sea cual sea, una excusa para volver a creer. No se percatan de que la causa de sus males no es la impericia absoluta de una dirección que los ha llevado de derrota en derrota, sino su aceptación del dictado de esa dirección. Dicho de otro modo, su fetichismo.

Feuerbach señalaba que Dios no era más que la idea misma de la humanidad, separada de ella y subjetivizada, en el sentido de reunir en sí la condición de sujeto. Por el mismo movimiento, la humanidad se cosifica, se transforma en un objeto sometido a la voluntad del poder del fetiche, de Dios. Pero el fetiche, Dios, no es nada. Es lo que es, simplemente, porque le han otorgado un poder que no es suyo. El kirchnerismo se originó en un “acontecimiento” liberador: el Argentinazo del 2001. Las masas movilizadas se independizaban de un Estado y de una clase, el Estado capitalista y la burguesía, e intentaban imaginar un camino propio. En eso llegó Néstor y una parte de la dirección de esas masas giró, miró, con desconfianza primero, al nuevo profeta, y, poco a poco, se convenció de su rango de Mesías. Y le entregó su poder, el poder de las masas.

El fetiche habló su lenguaje, las endulzó, cumplió de alguna manera, más bien mezquina, algunos de sus deseos y las encandiló. Fue así que los nuevos sacerdotes del fetiche renacido lograron, en el discurso de la nueva liturgia, invertir el proceso histórico: no fueron las masas la fuente del poder, fue el Mesías el que las “empoderó”. Ese fantástico proceso de desempoderamiento asumió la forma contraria y Dios, que no era nada, terminó siendo todo. Incluso, cuando ascendió a los cielos, dejó en tierra a la Papisa de la nueva Iglesia para guardar su legado y ocuparse de sus fieles.

Pero el tiempo pasa y el paraíso no llega, lo prometido es deuda y solo deuda, Dios mira para otro lado y la Papisa no acierta a indicar el objetivo de la nueva cruzada. Los fieles comienzan a perder la fe. Hay una crisis, primero en las masas, que empiezan a mirar a otro lado, y luego en la dirección, en la primera línea de los profetas. Hasta Pedro está en la duda. Si la defección había comenzado con los díscolos fácilmente heretizables (Moreno o D’Elía), hoy hasta las vírgenes del movimiento, como Estela de Carlotto, se niegan a recibir llamados. Inducidos a votar por el Demonio de Nordelta, hasta los más fieles de los fieles titubean y se animan a hablar en voz alta.

El problema, sin embargo, no es “hablar”, sino actuar. Si la crisis pone de relieve, trae la mala nueva que demuestra que la Jefa no es infalible, que tenemos un Dios que tal vez no sea, precisamente, un Dios, sino un farsante, de lo que se trata es de una nueva Asamblea, de una Asamblea atea, de recuperar (para las masas) el poder expropiado por el fetiche.

Surgido de una demanda masiva de autonomía, el kirchnerismo desembocó en un típico movimiento autoritario que concentra en un líder (una lideresa) toda capacidad de decisión. El kirchnerismo es dueño de un autoritarismo notable, que expone, ahora sí, en su sentido vulgar, el patetismo de gente grande e inteligente, que espera, como un niño perdido en la tormenta (Galeano dixit) la mano de mamá en el hombro que lo saque de la niebla. Uno desearía de un Lozano el gesto de un Moreno, no digamos ya de un Cúneo. Esperaría de un De Gennaro un planteo que permitiera una recomposición moral de las bases. Hasta lo esperaría de un Grabois. Pero no. Lo que hay es la triste paciencia de los derrotados, capaces de quedarse congelados en el momento, mientras el cuervo kafkiano les destroza el cuerpo, por temor a que todo se ponga peor: ¡la derecha…! No hay nada peor que esta ominosa contracara de la ardiente impaciencia que muchas veces dijeron poseer.

Y este es el fondo del asunto: frente al avance arrollador del fascismo de Milei, frente a la consolidación del Consenso Liberal, el kirchnerismo “progre” acepta la derrota y esparce la peste del derrotismo, una enfermedad que se extiende hasta los cuerpos adyacentes de una izquierda que se pegó al experimento populista de un modo tan mimético que no puede, ahora, despegarse.

El derrotismo se encubre muchas veces de una fraseología extremista que no constituye más que un triste taparrabos para la indigencia moral y política. Se han dejado derrotar y no tienen coraje para sacar las conclusiones lógicas, porque se sienten derrotados.

Sin embargo, los que no participamos de la iglesia que se derrumba (y los fieles que se animen, es decir, que quieran recuperar su alma expropiada por el falso Mesías) no tenemos necesidad de adoptar la misma patética (en el sentido que se quiera, ahora) actitud del desconcertado. Tenemos una sinfonía para ejecutar, hace falta animarse a salir de la derrota. Hay un programa y un partido, Vía Socialista, un cuerpo chico, pero un alma grande. Se trata de hacerlo crecer.

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