El consenso liberal

Si como dice el poeta, se hace camino al andar, podemos seguir las huellas de Cristina en su andar de las últimas semanas: se reunió con la Jefa del Comando Sur de los EE.UU., Laura Richardson; se reunió con el embajador de los EE.UU., Marc Stanley; le propuso a Martín Redrado regresar al Banco Central; en su discurso durante el plenario de la CTA dijo que hay que quitarles los planes a las organizaciones para que pasen a manos del Estado; y esta semana se reunió con Melconián en busca de consenso. ¿Qué consenso dibujan esos pasos? Un consenso liberal.

Si atendemos a estos hechos, podemos ver hacia dónde va Cristina: su candidatura en 2023, que no será anunciada hasta saber qué pasará con Lula en Brasil. Cristina ve que en Chile gobierna Gabriel Boric; en Bolivia, Luis Arce; en Ecuador, Guillermo Lasso enfrenta problemas serios, así que no sería raro que el voto pasara de derecha a izquierda; en Perú, Pedro Castillo; en Colombia, Gustavo Petro; y lo que podría ser la frutilla del postre, Lula en Brasil. Con ese contexto, Cristina ve una situación parecida a la que le permitió a Néstor Kirchner llegar al gobierno (la era de Hugo Chávez, Evo Morales, Michelle Bachelet, Rafael Correa, Lula Da Silva, Pepe Mujica…).

Lo que no está claro es si Argentina va a continuar este vaivén hacia la izquierda burguesa en el mapa latinoamericano, o si anticipará el vaivén hacia la derecha, como ocurrió con la llegada de Mauricio Macri a la presidencia en 2015.

Lo que sí está claro es que esta oleada “neopopulista” está completamente integrada al consenso liberal: no está a la izquierda de Hugo Chávez, por tomar como parámetro la experiencia más “roja” y reformista de aquel período. Ya el recambio de Evo Morales por el propio Evo Morales era un giro a la derecha, el retorno de Correa consolidó su programa liberal… Y hoy Boric es indistinguible de cualquier liberal razonable, al estilo Melconián.

¿En qué consiste este consenso liberal? En la convicción de que es necesario achicar el Estado. Ya sea mediante la privatización hasta de los órganos del cuerpo, estilo Milei; ya sea mediante el recorte de los planes sociales, previa recuperación estatal “de su control, auditoría y aplicación”, como dijo Cristina en su intervención en la CTA.

Para salvarnos, dice Cristina, hay que controlar el Conurbano; para controlar el Conurbano, hay que controlar los planes; o sea, hay que sacarse de encima a las organizaciones que controlan los planes. ¿Y con qué aliados cuenta Cristina para desamar esas estructuras y quedarse con esa caja, con esa plata? Con el propio Juntos por el Cambio. ¿A qué intendente de JxC no le resulta atractiva la idea de que los planes pasen de las manos punteriles de las organizaciones a las manos estatales de los municipios?

De hecho, en su momento, Barrios de Pie, el Movimiento Evita, la llamada “economía popular”, etc., jugaron para el PRO. Es sabido que Juan Grabois, quien se declaró capaz de darle un beso en la boca al empresario Gustavo Grobocopatel, tejió un fuerte compromiso político con la Ministra de Desarrollo Social del gobierno de Macri, Carolina Stanley.

Desde la crisis que sacudió a América Latina a fines de los noventa, el Estado se apoyó en las organizaciones sociales para garantizar el control de la conflictividad. En Argentina, esa trayectoria histórica es clara: mientras que en 2001 había que buscar a los dirigentes de la clase obrera desocupada en las carpas de los piquetes, hoy se los encuentra en las oficinas del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Con los pasos de las últimas semanas, Cristina anuncia un giro de esa estrategia: recuperar el control económico y político de los planes sociales quitándoselo a las organizaciones que hoy lo detentan.

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