Educación y ciencia en la Argentina del futuro

Hasta ahora, el país no tiene un programa para desarrollar la educación. El capitalismo argentino nos quiere brutos y baratos. No necesitan mucho más porque los empresarios que dirigen el país no producen nada muy complejo ni tienen un proyecto que vaya más allá.

Así, los políticos de turno vienen impulsando un sálvese quien pueda. El Estado argentino descentralizó la educación. Eso significa que se encarguen las provincias. Inventan el chamuyo de apostar a lo local: la “educación” tiene que encargarse de los problemas locales. En los hechos, termina pasando que donde hay recursos hay una educación. Donde no los hay, hay otra peor.

En la escuela de hoy no se aprende demasiado. Egresan alumnos que no pueden interpretar un texto ni escribir. Convirtieron la escuela en un contenedor de hijos para que los padres puedan tener salida laboral y actuar como colchón de la crisis. La escuela no prepara chicos para una sociedad avanzada, sino que hace caridad. Y para colmo, abundan las horas dedicadas a la “opinión” y lo “recreativo”, en vez de fomentar el conocimiento. Y ni hablemos que ahora ni siquiera se exige demasiado: dicen que los alumnos no tienen que “memorizar” y no se tienen que “desmoralizar”. Evitan que hagan el esfuerzo de estudiar.

En cambio, un proyecto socialista como el que impulsamos nosotros, necesita educación. Trabajamos por una sociedad avanzada. Y eso significa que necesitamos alumnos con conocimiento. Sobre todo, conocimiento científico.

La educación argentina tiene que lograr que los alumnos tengan habilidades para resolver problemas, que sepan estudiar por su cuenta, expresarse, formar en ciencias, sobre todo, exactas y naturales. Pero también tiene que combinarse con la vida práctica, es decir, con el mundo del trabajo. Sobre todo, del mundo de la ingeniería, la arquitectura, la medicina, etc. Nueve años de educación obligatoria y, a partir de ahí, entrar al mundo pre-universitario y universitario.

La política socialista que impulsamos para Argentina 2050, necesita también de ciencia y tecnología. Eso es combinar ciencia básica y ciencia aplicada. Nadie llega a la cima de la producción tecnológica sin una ciencia básica propia fuerte. Para producir ciencia, hay que abandonar la lógica de grupitos universitarios que pelean entre sí, y de laboratorios y empresas privadas, que priorizan la ganancia a un proyecto colectivo. Con objetivos claros y muchos recursos podemos dar un salto en este terreno.

En la pandemia lo vimos clarito. Nuestra industria farmacéutica trabajó dividida, cada parte con la parte europea, rusa, yanqui… ¿Cuál fue el resultado? No tuvimos vacunas a tiempo y tuvimos que esperar a los países productores. Nos volvimos un lugar de pruebas (Pfizer) o socios menores (AstraZeneca, Sputnik). Ni hablemos de tener una vacuna argentina. O sea, el país tenía infraestructura y ciencia suficiente como para intentar una vacuna propia. Eso hubiera sido muy importante para nuestra industria farmacéutica. Pero como cada empresa tienen su propio lugarcito y como no hubo una política seria del gobierno, no tuvimos nada. En cambio, con un Estado socialista y planificador, esa no la hubiéramos dejado pasar.

Otro ejemplo: tenemos buen desarrollo en la energía nuclear y tenemos de las mayores reservas de gas natural. Pero tenemos cortes energéticos todos los días. Con un desarrollo serio, con treinta plantas nucleares como Embalse, podríamos abastecer de energía a toda la Argentina. Podríamos reemplazar las centrales basadas en combustible fósil. Podríamos hacer que el transporte sea eléctrico y reemplazar el consumo no eléctrico de hogares y fábricas. Podríamos ampliar la producción energética para desarrollar la industria y, al mismo tiempo, liberar exportaciones de gas y petróleo, con lo que obtenemos divisas.

Estos ejemplos simplemente muestran que la Argentina tiene una base tecnológica y científica que podría ser más que útil para el país. En su lugar, nos la pasamos subsidiando a las grandes multinacionales y a los países más avanzados, que son los que usan los científicos que formamos. Eso que llamamos fuga de cerebros.

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