El sistema mundial se encuentra desestabilizado y su solución no parece tomar forma. Y no se trata únicamente de la situación en Ucrania, sino todo un sistema general. Es una crisis que incluso ya se podía adivinar con el Brexit. En aquella oportunidad, decíamos que era el punto de partida de la desorganización de Reino Unido, donde el gran “ganador” era Alemania. No nos equivocamos. El sistema cruje por todos lados y el escenario mundial se llena de interrogantes. Así, hoy estamos ante una suerte de impasse generalizado, sin un horizonte muy claro.
En el asunto ucraniano, lo que se observa es que Putin no quería conquistar Kiev, sino transformar a Ucrania en una versión “paraguaya” europea, una suerte de país mediterráneo. El mandatario ruso avanza con una estrategia de presionar hasta que, en el otro lado, aflojen. En este contexto, toman lugar las opiniones a favor de negociar con Putin. Esa la idea del ex Secretario de Estado, Henry Kissinger. Ocurre, claro, que una negociación para Ucrania significaría aceptar una pérdida (Crimea y parte de Donbas) y aceptar como consuelo que todavía tiene salida al Mar Negro. Pero, para Kissinger, no quedan muchas alternativas: la resistencia ucraniana puede funcionar como resistencia, pero no para reconquistar territorios. Así que, es la negociación o la guerra total y directa.
Pero el asunto es que este impasse en las relaciones se vuelve un problema particularmente grave para Estados Unidos. ¿Por qué? Por su frente “interno”. La crisis política norteamericana es mucho más grave que la rusa. Dentro de todo, Putin controla Rusia con mecanismos que ningún presidente yanqui podría implementar: tiene un sistema de control dictatorial, que puede contener, en términos generales la oposición. Y en el corto plazo, no se observa ninguna insurrección. En cambio, en EE.UU., Biden está debilitado. De hecho, en varios países de Europa, tanto como en EE.UU., es un problema el precio del petróleo y los alimentos. Incluso el precio del trigo y los alimentos toma una dimensión más grave en África.
Esta es la situación que también complica a Argentina. Porque a pesar de que el país puede beneficiarse con precios de materias primas elevadas, tiene un grave problema con el precio del petróleo y la energía. Es decir, tiene un problema justo en el corazón de las debilidades de su economía. En el corto plazo, se puede ver un precio de energía en ascenso. Y todos sabemos cómo puede resultar eso: si el gobierno libera enteramente las tarifas, le puede estallar todo. Pero si no las libera, no cumple con el Fondo Monetario Internacional. Así, el impasse argentino tiene un correlato con el impasse mundial y en un sistema mundial que empieza a resquebrajarse de manera que ya se insinuaba. El país es solo un eslabón débil de esta situación mundial.
Por eso, de cara a 2023, no hay un horizonte muy claro. Y eso vemos en nuestra situación política. Eso sí, lo que resulta evidente es que con cualquier político de los que se van perfilando para el año que viene, nos espera un ataque a las condiciones de vida de la clase obrera. Sea con las recetas que sean. Contra esta situación, necesitamos un programa que ponga en pie a la Argentina en forma productiva y con un elevado nivel de vida. Por eso, en un contexto de interrogantes, nosotros salimos a ofrecer una salida muy concreta: una Argentina Socialista 2050.