Una esperanza para el 2023…

Editorial El Aromo Nueva Época N° 8

Fabián Harari

El año que acaba de pasar mostró dos paradojas muy curiosas. La primera es que, a pesar de haber sido el primero de Alberto sin pandemia, fue en el que más peligró su continuidad. El 2022 no vino con esa andanada de muertos, ni de cierres obligados, ni con negligencias en torno a las vacunas. Más aún, se esperaba sufrir algún “rebote” económico importante. Sin embargo, el desbarranque y la crisis interna desembocaron en un escenario que tocó a las puertas del infierno a mitad de año.

La segunda es que se salvó al gobierno de Alberto, pero quitándolo del medio. Hoy gobierna Massa, con el apoyo de Cristina. Y si el presidente dejó sus funciones, el peronismo está salvando (por ahora) su virginidad. No la de no producir un descalabro económico y un rechazo social, sino la de no ser expulsado por eso.

El caso del fallo cautelar de la Corte Suprema por los fondos de la Ciudad de Buenos Aires es muy sintomático en ese sentido. Fue Cristina quien le ordenó a Alberto anunciar que no lo iba a cumplir. Pero, con ello, comprometía el plan de Massa, a pocos días del canje de deuda en pesos. Entre ambos, pactaron una solución provisoria e intermedia: anunciar el pago, pero en bonos (otra dilación inútil). En una nueva jugada, ella fustigó al presidente (“amague y recule”) y llamó a Capitanich para poner en marcha el juicio político a Rosatti…

El episodio, decimos, es ejemplar, porque demuestra varias cosas. En primer lugar, que Alberto no es más el presidente. El gobierno está a cargo de un acuerdo entre Massa y Cristina. Él la necesita a ella para gobernar, ella a él para que el gobierno no caiga y la oposición a ambos para no recibir la bomba antes de tiempo.

En segundo, que acá no se juega ni el federalismo ni el bienestar de nadie, sino plata para las campañas. Esa plata en disputa no era de, ni para, las provincias. Es dinero que la Nación le sacó a CABA para pagar sueldos de la policía bonaerense ante una huelga de los uniformados. En realidad, en términos estrictos, la posición de Nación perjudica a los gobernadores, porque crea un antecedente de alteración del coeficiente de coparticipación secundaria a su antojo. De hecho, la Corte falló en favor de San Luis y Santa Fe bajo el mandato de Macri y, en ese momento, el kirchnerismo festejó. La avanzada de Cristina no solo es para sacarle plata a Larreta en favor de Kicillof, sino para amenazar a los jueces que tienen que fallar sobre sus causas de corrupción. En esas cuestiones tan mezquinas embarca a todos sus seguidores y aliados.

En tercero, muestra Cristina no carece de poder político y territorial, pero que no le alcanza: Capitanich, en su nombre, logró convocar a una decena de gobernadores, pero solo eso. Once, nada más. No acompañaron Bordet, Perotti ni los Rodríguez Saá, por poner algunos casos de gobernadores peronistas. Además, no va a poder conseguir los números que necesita en el parlamento, así que todas esas reuniones y fotos no son más que un circo. Ella no está acabada, queda claro, pero hoy no puede dirigir al peronismo y, simplemente, cuenta con la suerte de tener a un presidente que hace el ridículo por ella.

El consenso liberal ya está operando, aunque más no sea en forma provisional. Este año asistimos a un ajuste brutal: una inflación que roza el 100% y una reducción del déficit fiscal de 2,44, unas décimas más de lo que se pactó con el FMI. Rubinstein fue entrevistado por la revista Newsweek, donde dejó en claro el programa de unificación del tipo de cambio, de déficit cero y de reformas económicas que necesita “el mercado”. El empresariado responde apoyando (recomiendo la última entrevista en LN+ a Augusto Darguet, un peso pesado de la Bolsa de Comercio). La incorporación de Antonio Aracre, CEO de Sygenta, como asesor principal, muestra esta comunión o, si se quiere, una “luna de miel”. Cristina apoya y acompaña. Puede prepararse para disputar el liderazgo del peronismo con Masssa, pero de su boca no salió una sola crítica al programa económico. De hecho, Wado de Pedro secunda a Sergio en cada uno de sus movimientos. La oposición está imbuida del mismo espíritu que Cristina. No se escuchan críticas importantes al plan de Massa y Larreta se “peroniza” con Redrado. El futuro ministro de Economía, Melconian, pondera los aciertos de Sergio cada vez que puede. No se puede decir, entonces, que el problema de la Argentina sea la grieta. Con oficialismo y oposición unificados sobre cierto consenso, asistimos al año con mayor índice de pobreza, inflación y desempleo.

¿Cuáles fueron las bases del Plan Massa para evitar la espiralización de la crisis? Dos, la bicicleta y la gorra. La bicicleta: se pedalea cuando se baja la tasa de las Leliqs, pero se aumentó el stock. Se pedalea, también, cuando se incrementan los pases pasivos del BCRA para “secar” la plaza de pesos, pero se emiten bonos que deben comprar los bancos públicos, reduciendo su posición en esos mismos pases. Ergo, se reemplaza la emisión, pero se va acelerando la velocidad del circulante, mientras el Estado se transforma en el principal acreedor de su propia deuda. Y, por último, un pedaleo que combina con las otras dos: la inflación para licuar el gasto estatal. Son estrategias de cortísimo plazo que dan un respiro en lo inmediato, a medida que se renuevan, pero van aumentando la temperatura de la olla a presión.

La gorra, en realidad, se divide en dos: la local y la externa. La local es la desaparición del dólar oficial bajo la forma de Soja 1, Soja 2, Qatar, etc. para que se liquiden los dólares, incluso adelantando impuestos. La otra, la gorra externa, es la más importante de todas, y no podría pasarla otro que no sea Sergio: es la que recauda de cuanto organismo internacional o estado haya. Y si no hay plata, hay refinanciamiento de deuda. Y si no, perdón financiero y silencio ante el descalabro. Con esto, le alcanzó para terminar el año y poner al país de cara a una campaña electoral. ¿Le alcanzará para llegar a octubre? Tiene el apoyo político, sí. Pero un pronóstico a diez meses, en una situación tan precaria, es una osadía.

Y sin embargo, todas las fuerzas políticas están pensando en el candidato para ese horizonte: Massa y Larreta pican en punta. Con la receta liberal en la mano y la discusión sobre la candidatura que mejor mide, la burguesía argentina muestra una asombrosa superficialidad en su análisis. Es cierto, tienen un problema: el consenso liberal no se vende solo. Ni siquiera en 1989. Hace falta algún personaje que no solo sepa mentir, sino que pueda corporizar esa mentira. Cristina puede, en ese sentido, ser indispensable, como Kicillof (que no quiere salir de la provincia) o Wado (que supo tejer sólidos lazos con la embajada de EE.UU. e Israel y da con la imagen de moderado, pero por ahora no mide). No habría que descartar a Milei, cuya prédica filofascista no se priva de ponderar a los planes sociales y a la “economía popular”. Sin embargo, el problema es más profundo: el asunto no es tanto cómo imponerse en una elección, sino cómo van a hacer para gobernar un país quebrado, con un hartazgo social ante el ajuste, un ajuste más brutal aun por delante y sin mayorías parlamentarias ni política. Esto, gane quien gane. Esta confusión entre victoria electoral y hegemonía política es una de las lecciones indelebles que no deja de atormentar a Cristina.

Las claves

Para comprender las discusiones en torno a la crisis en Argentina, hay que distinguir entre dos fenómenos: el bonapartismo y el ajuste. El primero es un régimen político. Un ordenamiento particular de la dominación política basada en ciertas relaciones entre las clases sociales. En un período de cierto equilibrio o persistencia de ciertas posiciones de la clase obrera. Para recuperar poder y no perder el control de la situación, los gobiernos tienen que apelar a mecanismos poco ortodoxos, a relaciones directas, que acrecienten el poder ejecutivo para intervenir en forma mucho más “flexible”: organizaciones para estatales que cumplen diversas funciones (Movimiento Evita, Grabois, La Cámpora, Madres, patotas, etc.), avasallamiento de otros poderes y de autonomías distritales. Por motivos que ahora no vale la pena recordar, todo esto es costoso para la burguesía y solo se consiente mientras sea estrictamente necesario.

Muchas veces, se suele asociar estos regímenes con políticas reformistas y con el peronismo, pero eso no es necesariamente así. Primero, un gobierno en un régimen bonapartista puede ajustar en forma ortodoxa o heterodoxa. De hecho, estamos asistiendo a uno de los mayores ajustes de las últimas décadas. Segundo, no depende de que el gobierno sea peronista. Macri subió y no desarmó el bonapartismo. Que el Movimiento Evita se haya enfrentado a Cristina hasta hoy es una muestra de que ella no monopoliza el puesto. El hecho de que Larreta, socio de Grabois y Santamaría, sea un candidato firme, refuerza esa misma línea.

Obviamente, cualquier contenido no entra en cualquier forma. Primero, porque no cualquiera puede ocupar el lugar del Bonaparte. Segundo, porque es evidente que la plena hegemonía, que aparece en la vigencia de la “república”, es la condición óptima para un ataque a las masas en toda la regla, toda vez que el lazo de estas con el Estado es más indirecto, más institucional, y los gobiernos dependen menos de esos líderes “plebeyos” para el control social. Pero hoy esa situación es difícil, dado el vínculo roto con la clase obrera. Por eso, el consenso liberal también incluye un paréntesis en la normalización republicana, lo que, paradójicamente, prolonga la crisis de la política burguesa.

No es cierto que no esté pasando nada a nivel de las masas. Quienes alegan ese tipo de derrotismos, confunden rechazo con apatía. Si bien no se puede hacer una división tan tajante, son dos cosas distintas. La apatía implica indiferencia y distanciamiento, el rechazo es el resultado de una evaluación negativa, un involucramiento y una predisposición al enfrentamiento. La aparente “apatía” electoral expresa un rechazo a la política burguesa y a su fracaso. Que no es apatía se muestra en el crecimiento de personajes como Milei. Ese rechazo es el que se vio en la recepción a la Selección: por primera vez en la historia de los mundiales, la política no puede recibir a los campeones del mundo. No fue por la interna entre Tapia, La Cámpora, Alberto y Larreta. Fue el repudio y la repugnancia de esas cinco millones de personas a la aparición de las autoridades (y de cualquier político) que condicionó cualquier decisión. En lugar de quejarse, Alberto y Cristina deberían estar agradecidos: se evitó que cinco millones de personas los silben… El fantasma del “que se vayan todos” sobrevoló latente y en silencio.

El rechazo es el producto de una desilusión: los partidos, las instituciones, el peronismo, las promesas de reconstrucción post 2001…Desilusionarse es doloroso, pero está bien. A nadie le gusta vivir de ilusiones. El 2023 presenta un escenario difícil, pero muy propicio para el desarrollo de una política revolucionaria: una clase que ha quebrado a un país y que debe emprender un ataque todavía más crudo a su población, con un gobierno débil y en medio de un repudio generalizado. La llave de todo el asunto la dijo el propio Melconian: toda la cuestión es saber para qué se va a hacer un ajuste. Es así, no pueden prometer nada. Ni ellos saben que habrá luego de la sangre, el sudor y las lágrimas. Vía Socialista sí. Vía Socialista puede explicar cómo, por qué, para qué y en qué lapso Argentina se va a convertir en un país en el que valga la pena vivir, sin desocupación ni pobreza. Un programa realista y transformador es la única fórmula de convertir la desilusión en esperanza. Es decir, en una mirada realista sobre la posibilidad del cambio, a condición de intervenir. En este número, ofrecemos nuevos adelantos para alimentarla.

1 comentario en “Una esperanza para el 2023…”

  1. José Luis Sabellotti

    Compas, muy buena la caracterización de la coyuntura.
    Tb importa señalar la crisis de las izquierdas. Hablar un poco de la izquierda “korifea”, q trabaja para los K; hablar de la izquierda muy “recetera” q se olvida q la lucha de clases “dirá” q es lo q vendrá; de la izquierda del puro relato; de la izquierda q sólo quiere “disciplinar” al capitalismo, no eliminarlo… etc.
    Hablar de la izquierda es un debate ineludible.
    Saludos.

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