Sin grietas en educación

Romina De Luca

Las pruebas Aprender 2021, una vez más, nos aportan datos sobre el crítico estado de la escuela argentina. Hoy, millones de chicas y chicos recorren la escuela primaria y, al terminar, 45 de cada 100 tendrán un nivel básico o por debajo del básico en matemáticas. Desde 2013, no para de aumentar el número de estudiantes que se encuentran por debajo del nivel básico, casi uno de cada cuatro estudiantes ocupa ese rango hoy, al concluir la primaria. Para lengua, aquello que revela la capacidad de lecto-comprensión, el número es similar: 44 de cada 100 estudiantes tienen nivel lector básico o por debajo del básico. Cuadro que empeoró circunstancialmente con la pandemia. Por si hubiera que destacarlo, leer y entender, es el cimiento sobre el que se erigen luego todo tipo de conocimientos: sociales, científicos, ciudadanos, prácticos. No tener comprensión lectora dificulta todo lo que viene después.

Lo cierto es que este cuadro no es nuevo. Hemos escrito sobre él hasta el hartazgo. Solo daremos algunos ejemplos de un cuadro de degradación persistente y, más importante aún, que trasciende el personal político de turno que gestiona de crisis en crisis. En 2013, 41% de las chicas y chicos de sexto grado de nivel primario tenían resultados básicos o debajo del básico en lengua, para 2007, el 33,7% de las y los estudiantes alcanzan resultados bajos y el 43,1% resultados medios. Si sumáramos las pruebas internacionales PISA multiplicaríamos los ejemplos. Todos ellos tienen un denominador común: el sesgo de clase. En efecto, las pruebas 2021, una vez más nos lo ilustran: siete de cada diez estudiantes de nivel socioeconómico bajo son los que tienen peor desempeño en nuestras escuelas. Un número que coincide con otro estructural: siete de cada diez infancias viven en condiciones de pobreza.

La inclusión del status quo

El principal problema da la escuela argentina se encuentra fuera de ella. La sociedad capitalista funciona abaratando sistemáticamente la fuerza de trabajo. ¿Cómo lo hace? La despoja de toda cualidad, reduciendo sus conocimientos a lo más elemental de la vida social: el obrero no necesita pericias, apenas apretar un botón, la máquina hará el resto. Ese proceso, va de la mano de otro: el enorme avance de la ciencia y de la técnica. Ese avance, innegable, solo aplica a una porción muy pequeña de la clase obrera. La lógica de la competencia hará que cada empresario busque abaratar más y más el valor de su fuerza de trabajo, en esa guerra de todos contra todos, que impone el capitalismo. Este cuadro, que afecta a toda sociedad capitalista y explica la tendencia a la crisis de la escuela en el mundo, se suma, localmente, a tendencias que se suman a la anterior y la agravan y generalizan.

En efecto, el capitalismo argentino es uno de los eslabones débiles de la cadena capitalista mundial. Su debilidad se manifiesta en que, aun aumentando la productividad del trabajo, no alcanza el promedio mundial, razón por la cual, se gesta una enorme masa de población sobrante que no encuentra empleo. No se trata solo de degradación del trabajo, sino de un trabajo degradado y una masa de desocupados y subocupados en crecimiento acelerado. Esa masa se emplea en sectores de la economía que solo puede ofrecer “inclusión” intermitente, degradada, con procesos productivos que aprovechan y solo son rentables con esa degradación. Como consecuencia, para la gran mayoría de la clase obrera argentina, la educación no es necesaria para el capital que la emplea, mucho menos para el que no la emplea. La crisis de la educación de masas, o ese proceso de degradación que nos muestran hoy las Aprender, da cuenta de ese proceso que, como dijimos, se ubica fuera de la escuela: a pocos les va muy bien, a la mayoría le va pésimo.

Pero ¿y si la sociedad comenzara a planificar un desarrollo económico realmente “inclusivo” para saltar el abismo de atraso sistemático en el que está atrapado nuestro país? Si, como con Argentina 2050 proponemos, se iniciara una transformación completa; si se eligiera el desarrollo de industrias estratégicas de alta tecnología -como la energía, una industria no agraria competitiva, por dar algunos ejemplos- si la planificación y racionalización social ordenara la vida, claro está, la escuela tendría otro lugar. Debería acompañar ese proceso de profundos cambios, implicaría la construcción de una escuela científica y sólida, la revisión de métodos y estrategias, de contenidos, de duración de la jornada escolar, de organización del trabajo docente, de equipos con especialistas para acompañar a cada estudiante. Sí, pero para eso hay que pensar a la escuela más allá del capital.

Esto no exime a las políticas educativas que, en efecto, pueden agravar el cuadro. Más aún cuando se encargan de convencer a los damnificados que son responsables de la degradación. El discurso progre señala que al ingresar nuevos sectores obreros a la escuela se debe revisar su formato antaño elitista o clasemediero. Lo que dicen, entonces, es que la clase obrera no puede tener una educación de calidad. No explican así la primarización completa de la educación secundaria hoy. Tampoco explican cómo la escuela primaria completamente masificada a inicios de los años cuarenta supo hacer otra cosa con esa misma clase obrera incluida. Hoy nuestras chicas y chicos transitan la escuela primaria, también la secundaria y ni siquiera aprenden a leer. Basta con ver los resultados. Un claro ejemplo de que cantidad -más años en la escuela- no es sinónimo de calidad (lo que la escuela logra que al egresar hagan). Cuando culpan a la clase obrera de estos resultados solo recurren a argumentos miserabilistas.

En realidad, es peor. No solo buscan convencer a los damnificados de su responsabilidad, sino que implementan políticas que consolidan el cuadro de origen. La descentralización educativa es eso: que cada provincia se haga cargo como pueda. Es esa realidad la que está detrás de resultados algo mejores -aunque no en todas las comunas- de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: es el distrito más rico del país, con familias con el mayor nivel educativo también del país. Es la base material y no sus políticas educativas que se parecen mucho a las del resto del país.

También consolidan ese cuadro las medidas que, a nivel nacional, se anunciaron como antídotos para revertir los resultados de la Aprender: distribución de libros, conectividad y becas. Difícilmente se lean libros si no se puede primero leer, ni se aprovecharán equipos que no se sabe usar, ni nadie saldrá de la pobreza con una beca Progresar de 6.000$ al mes. Tampoco lo lograremos con la implementación de una hora más de clases en escuelas que, dada su infraestructura, no sabrán cómo garantizar la medida luego del receso invernal. Sobre todo, porque lo que se impone y estructura el hecho educativo es la lógica del “permanecer”: que estén en la escuela, no sabemos muy bien para qué.

La grieta en el discurso

En este nuevo capítulo que aportaron las Aprender 2021, lo que sí resultó novedoso fue la respuesta del personal político de turno. Quienes hasta ayer discutían la validez de los resultados acumulados prueba tras prueba, cuando gestionaron del 2003 al 2015, salieron a reconocer los números del colapso. Lo hizo el mismo Sileoni, hoy a cargo de la cartera educativa de la provincia de Buenos Aires, quien durante su gestión nacional sostuvo frente a los malos resultados que “la calidad es muchas cosas”. Un reconocimiento que encontró otros dos chivos expiatorios: la pandemia y el macrismo, antes. Porque, mejor que la culpa no nos roce. Por su parte, Larreta y Acuña, representando al macrismo, culparon al cierre de escuelas. Soledad Acuña -de quien nos ocuparemos en próximos números- pidió que el gobierno nacional se haga cargo de la situación por no haber tenido el coraje de abrir las escuelas a tiempo y reclamó un plan.

Ellos hablan como si, de un lado y otro de la grieta del discurso, no hubieran gestionado las escuelas durante la pandemia. No aportaron recursos para que las familias pudieran garantizar la continuidad, ni contrataron docentes desocupados a tiempo -solo para programas tardíos, precarios y precarizantes-, ni asistieron psicológicamente a las familias y menores durante la pandemia, aún con trabajadores sociales por doquier, ni repartieron equipos que permanecieron en las escuelas o en las vidrieras de algún comercio esperando valorizarse como mercancía. Hablan también como si hoy no aplicaran las mismas recetas falsamente inclusivas. La ministra Acuña que pretende despegarse discursivamente acaba de establecer la aprobación por equivalencias en la escuela secundaria -aprobar un tramo superior valida los anteriores aun cuando no guarden relación temática-, porteñizando la lógica implementada antes por la Nueva Escuela Secundaria Rionegrina; estableció la promoción automática en el ciclo básico y que la progresión de aprendizajes anula promedio de calificación, entre otras medidas. Aplicando las mismas recetas pretenden ser diferentes…

Una vía al progreso

Las Aprender, las PISA, las TERCE seguirán acumulando evidencia en el mismo sentido. Resultados que muestran cómo tenemos una escuela donde millones son privados de una educación porque ésta es innecesaria al capital. Aun cuando se titulen, esa educación fue vaciada de contenidos, convertida en una falsa inclusión. Esa educación no puede asegurar una vida mejor.

Pero sí tenemos otra vía. Esa que se ligue el desarrollo de toda la sociedad y vincule a la escuela con ese proceso. Se trata, como dijimos, de pensar la educación más allá del capital. Fenómeno que tiene dos dimensiones. Por un lado, la construcción de esa vía socialista que deje de condenar a la humanidad al empobrecimiento y al embrutecimiento a la par que genera riquezas y conocimientos para una minoría. Por el otro, diseñar cuál es el mejor plan para recuperar aquí y ahora la escuela. Para eso, las y los estudiantes junto a las familias que padecen esta situación y reclaman por una mejor educación, la docencia que ve sometida su labor a la mera contención social, las y los especialistas tenemos que discutir qué métodos, qué filosofía pedagógica será la más eficaz para revertir este cuadro, cómo aplicarla, con qué fin, para construir qué tipo de escuela, para esa sociedad que desarrolle el progreso humano. Para todos, para nosotros, tenemos que elaborar una propuesta y otra vía es posible. Hay que encontrar el camino.


Publicado en El Aromo Nueva Época N° 3 – Julio 2022

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