La inflación es uno de los problemas más graves y urgentes que tenemos los laburantes de este país. Eso no lo discute nadie, ni requiere mayores explicaciones. Basta con salir a comprar todas las semanas para encontrarse con que los precios subieron. A veces, perdemos la noción, sencillamente porque las góndolas se remarcan tan rápido que ya ni recordamos cuanto pagamos por el mismo producto unos días atrás. Pero ahí está el estado de nuestra billetera a mediados de mes para recordarnos que mientras los precios suben por ascensor, nuestros salarios de a pasitos por una larga escalera.
Dicho esto, está claro que la discusión no es si existe o no la inflación, sino sus orígenes. Como cuando vamos al médico, la solución de toda enfermedad (la solución de esta enfermedad la vamos a explicar en una próxima nota) está en un correcto diagnóstico. Así que vamos a ver el asunto un poco en detalle.
Los liberales nos dicen que la “inflación es un fenómeno monetario”. Como es costumbre, nos dicen obviedades, pero creen que por gritarlas de manera payasesca (como el peluca Milei) la cosa cambia. Es evidente que un problema que afecta al valor de la moneda, es un problema monetario. Pero no avanzamos un solo paso, es decir, no estamos diciendo nada que no sepamos y que aclare en algún grado la situación.
Porque la pregunta que inmediatamente viene a la cabeza es: ¿por qué se desvaloriza la moneda? La respuesta no aclara más que la punta del ovillo: porque se emite demasiado. ¿Y por qué se emite demasiado? Porque se gasta demasiado. ¿Y por qué se gasta demasiado? En este punto, los “libertarios” reducen todo a un problema moral: porque la “casta” es “inmoral”, “roban”, etc.
Por parte del gobierno, no hay mejores respuestas. Dicen que el asunto es “multicausal”. O sea, no explican nada tampoco. Hay muchas causas. Sí, claro, pero ¿cuáles? ¿cuál es la principal? Cualquiera podría hacer una pequeña lista: la inflación heredada, la pandemia, la guerra en Ucrania, la suba de tasas en Estados Unidos, la inflación mundial, etc. Pero son todas respuestas particulares para un problema que atraviesa a nuestro país hace décadas. La explicación de fondo no puede estar en el diario de ayer.
Aclaremos: la inflación no es un problema. Es la forma en que se ve el problema. Es, volviendo a la explicación médica, un síntoma de la enfermedad. Lo que hay de fondo es una realidad mucho más grave. La Argentina es un país quebrado que no ofrece ningún negocio rentable fuera de la producción agraria y, cuando el mercado mundial lo permite, la explotación de petróleo y gas no convencionales (Vaca Muerta). Fuera de eso, algún que otro “unicornio” y alguna empresa particularmente exitosa (Arcor, Techint). El resto es chatarra, negocio(ado) protegido y “club de la obra pública”. La moneda de cada país es la medida de su productividad. Justamente, por eso el dólar es más fuerte y el peso cada día vale menos. Ese es el nudo del asunto.
Esa estructura, librada a la suerte del mercado, desaparece: no puede competir porque su productividad es baja. Si eso sucediera, no habría necesidad de subsidiarlos, se acabaría el déficit del Estado y cesaría la “maldad” de la emisión. Obviamente, desaparecería toda la población argentina que vive de esa estructura. O sea, las cuentas cerrarían, dejando fuera solo un pequeño “detalle”: que, con las cuentas, cerraría también toda la economía argentina. Obviamente antes de llegar a ese punto ya se habría producido una explosión social.
La inflación simplemente nos muestra que este país está devastado. La clase capitalista que lo gobierna lo hizo chocar hace ya casi medio siglo y hoy no nos puede ofrecer que más de lo mismo: miserias cotidianas que nos llevan a vivir cada día un poquito peor. De lo que se trata, en definitiva, es de barajar y dar de nuevo. De poner en pie una nueva Argentina que, partiendo de las ruinas de esta, pueda ofrecer una vida que valga la pena ser vivida. Eso es una Argentina Socialista, eso que nosotros, como Vía Socialista, desarrollamos en una plataforma llamada Argentina 2050.