Las ventajas de la planificación

La ley económica en una economía socialista

Maurice H. Dobb (1900-1976)


Frente a la agitación revolucionaria que amenazó el orden capitalista durante los años de la posguerra, cierto sector influyente lanzó un contraataque teórico al socialismo que tuvo alguna repercusión en el continente europeo y que, últimamente, ha ejercido una influencia limitada en Inglaterra, dando lugar a grandes discusiones. El ataque fue bastante duro. El profesor Von Mises, de Viena, reuniendo críticas anteriores, hizo la declaración de que se podía demostrar, como un corolario directo de la teoría económica, la imposibilidad a priori del socialismo, con fundamento en que, faltando las valuaciones del mercado individualista, el cálculo económico y el reinado de la racionalidad económica tienen que desaparecer. Con toda su apariencia de racionalidad superior, el socialismo estaría condenado a desembocar en el caos y en el imperio del capricho burocrático. En lugar de una economía de la producción “anárquica” habría que recurrir a la insensata producción dirigida por un aparato absurdo.

El “ajuste automático” y “el imperio de racionalidad” que se considera como la virtud especial de un mercado de competencia, solo puede operar a través de la influencia de los cambios de precio después del suceso. Cada conjunto de hechos ocurre como un resultado de decisiones tomadas a ciegas de otras decisiones y, por consiguiente, sobre la base de conjeturas acerca de cuál será su resultado total. Solamente después de que estas decisiones se hayan transformado en actos, los movimientos de precio resultantes pondrán al descubierto los caracteres de toda la situación, ofreciendo así un correctivo automático. Pero cuando las decisiones tienen que tomarse con cierta anticipación a los sucesos del mercado en los cuales llegan, por así decirlo, a cristalizar, como es particularmente cierto, y quizá cada vez más cierto, de todos los actos de inversión, este correctivo de los movimientos de precio resultantes puede no ocurrir por algún tiempo y, tal vez, por muchos años. Como mientras tanto las conjeturas tienen que sustituir al conocimiento, se seguirán tomando decisiones equivocadas que habrán de transformarse en hechos. Como, por otra parte, una vez tomada una decisión, y una vez que se ha traducido en un acto durable de inversión, no puede hacerse una revisión precipitada de ella, el error puede persistir con el consiguiente desajuste por años y aún por décadas, como se nuestra en los casos de construcción de ferrocarriles, perforación de minas, planificación de ciudades. Esa falla o retraso dará lugar a que los resultados de la conjetura original sean exagerados, así como a extensas y devastadoras fluctuaciones. La competencia necesariamente implica no solo difusión, sino también la autonomía de decisiones separadas; y es la autonomía de las decisiones individuales la que da lugar a esos resultados. Si fuera posible, como algunos lo desean, imitar en una economía socialista esa competencia con sus ajustes “automáticos”, el sistema tendría necesariamente que heredar también las tendencias al desequilibrio y a la fluctuación que son el resultado de la anarquía económica: del mismo modo que, a la inversa, un intento de injertar algunos elementos de la planeación en un sistema capitalista no pueden suprimir la anarquía elemental que es la esencia misma del sistema […]

Hemos dicho que por ley económica debe entenderse una descripción generalizada de cómo se desarrollan los fenómenos en el mundo real. Si tal es nuestra idea, entonces se aclara inmediatamente que la pretendida identidad de las leyes económicas que rigen la economía capitalista y la economía socialista se apoya en una analogía abstracta que arranca del supuesto de un mundo laissez faire en que impera una certidumbre perfecta (excepción hecha de ciertos desplazamientos” objetivos) y dentro del cual no pueden ejercer ninguna influencia apreciable ni las fricciones ni las expectativas. Esta afirmación se parece mucho a decir que un sistema ferroviario sin horarios y en el que cada maquinista fuera autónomo, funcionaría en forma muy semejante al sistema ferroviario reglamentado que conocemos. Es verdad que en el primero acabaría por establecerse espontáneamente un cierto equilibrio en el tránsito. Pero esto se lograría solamente después de algunos accidentes y demoras debidas a la congestión del tránsito después de que los diversos cambios y modificaciones incidentales realizadas hubieran surtido todos sus efectos.

Cada decisión tomada por un empresario con relación a la producción constituye, en cierto sentido de la palabra, un acto de inversión. Pero cuando se habla de actos de inversión atribuyéndoles una importancia predominante en la determinación, por un lado, de la naturaleza y amplitud de las fluctuaciones y, por otro, de la trayectoria del desarrollo a largo plazo, se alude a la inversión en capital fijo es decir, a la construcción de establecimientos y equipos más o menos permanentes. Dentro de la teoría de las expectativas, de ganancia, esto es de suma importancia, tanto por el “período de gestación” más prolongado de tales actos, como por la durabilidad del resultado.

Además de factores como la demanda y el curso futuro de las invenciones técnicas, semejantes decisiones dependerán para su “corrección” de cuatro tipos principales de hechos, en relación con cada uno de los cuales, dentro de una economía individualista, los que toman la decisión de invertir desconocen parcial o totalmente. En primer lugar, los actos de inversión paralelos rivales que se realizan simultáneamente o que se efectuarán en breve, en la misma rama de producción o en otra rama competidora. En segundo lugar, los actos de inversión que se realizan o se realizarán en procesos complementarios (verbigracia, en las industrias subsidiarias o de aprovechamiento de subproductos, en las de transporte o de energía eléctrica, etc.). En tercero, el volumen de ahorros e inversiones que ordinariamente se hacen en todo el sistema económico y, en cuarto, el curso futuro de la acumulación de capital (y, por consiguiente, del tipo de interés) durante el período de vida económica del capital fijo de que se trata.

[…]

Se afirma, sin embargo, que un mercado en que se fijaran los precios de los bienes de consumo no bastaría por sí solo. Sin un mercado para productos intermedios y para factores de la producción, los últimos no podrían ser valuados, de modo que no habría base para representar los costos. Pero una vez más esta argumentación parece descansar sobre un desconocimiento de la naturaleza del problema en una economía socialista. En el caso de una economía individualista, la ley del mercado obliga a cada empresario autónomo a someterse a las condiciones de la situación total por medio de la presión de los movimientos de precios, incluyendo los movimientos de los precios que compra. Si estos no estuvieran sometidos al proceso de fijación competitiva de precios, no habría manera de obligar al empresario a “mantenerse en la línea” ni de hacer prevalecer el “principio del costo”. Pero el movimiento de costos no es más que un instrumento apropiado a una situación en que las decisiones con respecto a la producción se toman de manea atomística. Es el vehículo mediante el cual el problema más fundamental de la distribución de los recursos se resuelve. Para el empresario, en una economía individualista, figura necesariamente como un problema de costo.

Para quien examina la situación en su conjunto, se presenta como un problema de distribución y, por lo tanto, como un problema de la productividad relativa en diversos usos. Y en una economía planeada el problema se convierte esencialmente en esto. Para resolver el problema, además de la cantidad de recursos disponibles y el valor relativo de los productos terminado, lo que se necesita conocer es la productividad real de estos recursos aplicados a diversos usos; y esto es un caso de información concreta de carácter técnico, para describir o reflejar, la cual no requiere de la intervención del mercado. No se trata, pues, de tener que descubrir primero lo que son los costos y, después, mediante su comparación con las productividades relativas resolver el problema de la distribución. Solo sobre la base de estos datos que se refieren a las productividades relativas pueden determinarse correctamente “los costos”, y cuando estos datos son conocidos, el problema de la distribución queda resuelto ipso facto. Es verdad que, en una economía individualista, el mercado para el capital, por ejemplo, sirve para generalizar estos datos en la forma de un precio, y es a través de este precio, como distribuye “automáticamente” los recursos entre los empresarios; pero este es el único instrumento que existe dentro de esa economía para manejar el problema. Pensar que en una economía socialista los directores de establecimientos, tras de haber descubierto los datos necesarios acerca de las productividades, tendrían que usarlos para enzarzarse después en el complicado juego de pujar en el mercado y obtener capital, en lugar de transmitir los informes a la autoridad planificadora, es una idea bien excéntrica, difícil de tomarse en serio. Tiene, además la positiva desventaja de que al hacer ese juego, los directores de empresas socialistas se hallarían en una ignorancia tan completa respecto a las decisiones concurrentes que se toman en otras partes, como lo están los empresarios privados de hoy; lo cual los deja expuestos a un grado semejante de incertidumbre respecto a la competencia.

La decisión de la autoridad planificadora con respecto a esa distribución no necesita ser tan anormalmente compleja, en tanto que se puedan generalizar los datos acerca de las productividades relativas y mientras pueda descentralizarse la aplicación detallada de cualquier decisión general.


Publicado en El Aromo Nueva Época N° 6 – Octubre 2022

1 comentario en “Las ventajas de la planificación”

  1. creo que en una economia socialista el Estado debe control los costos, tecnicamente, como en una economia de libre mercado, con la diferencia que los aumentos de capital, la plusvalia, sea volcada al conjunto social……como paso en chile de allende, si un sistema economico se vuelca al socialismo ,en en sistema capitalista….. el estado debe desarrollar, al mismo tiempo un complejo industrial militar, que con su colaboracion y la de nucleos de trabajadores en los establecimientos fabriles, hagan fluir la informacion y la toma de decisiones con doble circulacion…con la opinion de los asalariados de abajo hacia arriba…. y con las respuestas tecnicas en cada ramos de los dirigentes socialistas, de arriba hacia abajo…. donde impere empresas de capital mayoritario del estado…..la pampa humeda segun vemos funciona bien nadie la tocaria…se deberian aplicar impuestos a los capitales, mayores a los impuestos a los consumos algo asi… seria fundamental la participacion de fuerzas armadas con criterio de benefiar alpueblo todo

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