Argentina, 1985… 1991… ¿2023?

Pareciera que Argentina está huérfana de políticos importantes. Eso explicaría las evocaciones a los dos últimos presidentes argentinos que lograron concitar algún tipo de entusiasmo de masas: Alfonsín y Menem.

Alfonsín fue traído al presente con el libro de Juan Carlos Torre, «Diario de una temporada en el quinto piso», en el que se narran los detalles de organización y lanzamiento del Plan Austral, en 1985. Este es el año, también, del Juicio a las Juntas Militares, o sea el año en que transcurre la película que está en cines de barrio y en boca de todos: «Argentina, 1985».

Por su parte, las evocaciones al menemismo se ven y se escuchan en la vuelta de Domingo Cavallo a los medios de comunicación, en la insistencia liberal con resolver la crisis mediante una nueva Convertibilidad como la que fue lanzada en 1991.

Ocurre que, ante una Argentina quebrada como la que vivimos, empiezan a asomar dos modelos, dos orientaciones: el Plan Austral y la Convertibilidad. Entre estos dos polos se jugará la política argentina durante 2023. Dos defensas del capitalismo: una tibia y otra caliente, una moderada y otra extrema, una con Carlos Melconián como arquitecto y otra que todavía no tiene un técnico de la misma talla e igualmente decidido (por ahora). Gradualismo o shock, ésa es la cuestión para el consenso liberal.

Pero ambas opciones, que eligen ejemplos fracasados (Plan Austral y Convertibilidad), miran en el presente indicadores genéricos de superficie y no pueden imaginar futuros que no sean pan para mañana y hambre para pasado mañana. Porque ninguna de las dos alternativas está mirando el mundo de la producción, el mundo del trabajo real y su capacidad productiva, el mundo de la industria y la tecnología.

¿Por qué la moneda argentina se devalúa cada dos por tres? ¿Por qué vale cada vez menos? Por una razón sencilla: la productividad del trabajo en Argentina es más baja que la productividad promedio internacional. Los países con monedas fuertes son países cuya productividad está por encima del promedio mundial. Por lo tanto, en Argentina hay que realizar transformaciones a nivel del modelo de desarrollo productivo. No es la moneda fuerte lo que permite el desarrollo productivo de un país. Es la alta productividad lo que fortalece la moneda.

Si alguien dijera, por ejemplo: «Chile exporta cobre por 40 mil millones de dólares anuales, así que vamos a agujerear toda la Cordillera hasta alcanzar esa cifra». Eso no resolvería el atraso industrial, pero, al menos, ofrecería una base de desarrollo mucho más sólido que el hoy existente. ¿Qué modelo de desarrollo productivo proponen las fuerzas políticas que pretenden gobernar Argentina? En otras palabras, ¿qué vamos a producir?, ¿cómo lo vamos a producir?, ¿qué vamos a vender al exterior y qué vamos a comprar?

Hablar de Convertibilidad, Plan Austral, Dolarización, etc., no responde ninguna de esas preguntas.

Que Argentina esté huérfana de políticos y mire con nostalgia los fracasos del pasado como si pudiera ser éxitos del futuro expresa una realidad más amplia: el fracaso y la decadencia de la clase social que esos políticos representan. Es decir, el fracaso y la decadencia de la burguesía. El hecho de que no aparezca un Gran Conductor expresa que no hay nada que conducir para esa clase social; que ya no tiene un proyecto de país; que ya no tiene un modelo de desarrollo productivo; que ya no saben, no pueden, no quieren resolver los problemas sociales, económicos y políticos que padecemos.

Por eso la conducción tiene que brotar de otro lado, de otra clase social, de la única clase social capaz de llevar a cabo una transformación del país que beneficie al conjunto de la sociedad: la clase obrera.

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