Romina De Luca
La ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, acaba de lanzar un libro donde hace un balance de la gestión educativa durante la pandemia. El día que ir a la escuela fue noticia, lo tituló. Allí, argumenta que hubo dos tipos de gestión. Por un lado, la suya, fundada en el respeto a las libertades individuales y la defensa de la educación. Del otro lado, la gestión paternalista del gobierno nacional dónde la educación tendría una función ideológica, coyuntural y marketinera. Acuña, como representante de Cambiemos, construye y abona una grieta que solo existe en el discurso.
Soledad, por Soledad
La ministra porteña afirma que su gestión está basada en la planificación. Aduce que desde el 2009 habrían resuelto las cuestiones “estructurales” de la ciudad para mejorar el acceso de las chicas y chicos a las escuelas. Habla de la construcción de nuevos jardines y de la extensión de la jornada escolar para el nivel primario. También, de la incorporación de la “educación digital” en todos los niveles, de la nueva escuela secundaria conocida como “secundaria del futuro” y la instauración del llamado sistema de “ventanilla única” para las escuelas de jóvenes y adultos. Con esta última, buscarían orientar a esa población, que no terminó el secundario, sobre las distintas ofertas de cursada virtual, presencial o combinada. A esas tareas se sumaría la instauración de una cultura de la evaluación para la toma de decisiones. Más acá, agrega, la reforma del Estatuto del Docente como una supuesta vía de “jerarquización” de la profesión. Sin embargo, ese lecho de rosas habría chocado con la improvisación del gobierno nacional durante la pandemia.
Acuña hace una crónica de la pandemia con el diario del lunes. En el 2020, se pasó de los cierres estrictos (aislamiento) al “distanciamiento” al calor de las demandas de la economía. En ese cuadro, Larreta y Acuña fueron quienes más presionaron por la vuelta a la presencialidad escolar, dada la función de guardería social que cumple la escuela. Entendieron, primero que nadie, que la “normalización de la economía” requería reabrir las escuelas. En efecto, si los mayores de la familia debían salir a trabajar, la escuela debía garantizar el cuidado de los menores. Esta batalla, que con gran fuerza atravesó el 2021, Acuña la presenta como una demanda al inicio: no podemos cerrar las escuelas porque implicaría volver en septiembre de 2020, no pueden perderse días de clase, hay que adelantarse a los hechos, dirá. Según su crónica, anticiparon todo: ya en abril de 2020 distribuyeron el servicio de canastas para las familias, así como libros y computadoras para las y los estudiantes. Que no sea cierto que satisficieron esa demanda es apenas un “detalle”, tanto como las 54 escuelas que construyó y nadie sabe dónde están.
Para ella, la profundización de la desigualdad que dejó la pandemia no se refiere a la falta de acceso a la tecnología: estudiantes y docentes tenían computadoras, pero eso no se traducía en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Frente a esa desigualdad para la apropiación, su gobierno -al igual que el resto- decidió que la evaluación fuera valorativa durante ese primer tramo del 2020, para luego convertirla en calificación numérica hacia el final de ese ciclo escolar. Este cambio sería un síntoma de dos tipos de gestión: el “ir a ciegas” del gobierno nacional contra la cultura de la evaluación porteña, nos dice. Unos y otros elaboraron cuadernillos en papel pero, según Acuña, los suyos “libres de ideología”.
Acuña incorpora la voz de docentes, familias y estudiantes en su crónica. Claro, busca capitalizar la fuerza social que se movió por la educación. Elige también “relatos docentes”. Son dos ejes medulares en su balance. Porque, por un lado, quiere mostrar que el “docente de a pie” no se identificaría con los sindicatos, entendiendo por ellos la oposición sindical a sus medidas. No los nombra, pero se refiere a la peronista UTE y a la clasista Ademys. Los testimonios no son inocentes: atacar a la organización sindical implica desarmar una herramienta de lucha de las y los trabajadores. Entonces, en su ataque a la organización sindical construye la voz de una supuesta docencia “abnegada” reeditando el viejo apostolado. Así habla de maestras que eligieron “enseñar” también a las familias, para que pudieran acompañar mejor, que se dieron cuenta de la necesidad de “aggiornarse” digitalmente, como si esa voluntad estuviera escindida de las condiciones reales de trabajo y de las posibilidades materiales para hacerlo. Esa docencia sería la que se identificó con su gestión que expresaba, además, la voz de una madre: la de “Santi” y “Toto”, sus hijos.
En su crónica, Acuña apela a dos movimientos: el de familias movilizadas por la educación y el de las mujeres. Para las familias (incluyendo en esta escena a las y los estudiantes) elige presentarse como defensora de la libertad individual, del estado de derecho avasallado durante la pandemia. Apela al sentido ambiente pro-libertario, espacio hoy ocupado por Milei, que Cambiemos entiende como clave para su triunfo en 2023. En lo que refiere a las mujeres, todo su relato está atravesado por su rol como madre (en particular, de Santiago, ese hijo que “se apagó” durante el encierro) y su reciente nueva maternidad en pandemia. Quiere presentar su lucha, como la de las mujeres que se abren camino en un mundo de hombres. Claro está, Soledad no es cualquier mujer: es una burguesa, representante además de esos intereses en su gestión y que cuenta con otra red de contención y recursos que los millones de mujeres obreras, solas, jefas de hogar, a cargo de hijas e hijos, no tienen. Soledad tiene niñeras, dinero y un nivel cultural superior como el de todo aquel que terminó estudios superiores, hizo especializaciones y posgrados.
Soledad, fuera del relato
Acuña, la defensora de la educación, es la misma que llamó “pobres, fracasados e ideologizados” a sus docentes 1. Habla del apostolado y la vocación y fue quien sostuvo que la docencia era una profesión de segunda y de descarte. Cargó contra la formación docente como si ella no fuera responsable de la misma. Adujo que la docencia se ocupaba solo de “ideologizar” las aulas y, en cambio, construye un aula vacía, pura e inexistente en la vida real de abnegados docentes que rechazan la política. Como si la política no formara parte de la vida de la sociedad argentina, en particular, post2001, y como si ellos mismos no tuvieran los mismos vicios que sus contrarios del otro lado de la grieta. Hay que recordarle a la ministra, que los manuales de la editorial que eligieron repartir en las aulas en 2018, cuando dirigían la Nación, la ciudad y la provincia, hablaban del “sí se puede”, del movimiento ciudadano de Nisman y que sus libros también atacaron el derecho de huelga 2.
Acuña habla de las y los docentes, de su pobreza, como si no fueran ellos quienes ajustaron el salario docente desde el 2015 y lo ubicaron a niveles de pobreza extrema: el cargo testigo no cubre ni el 40% de la canasta de pobreza porteña. Como si la paritaria 2022 no se ubicara por debajo de la inflación. Acuña habla como si no fuera ella, o sus pares, quienes recortaron el presupuesto educativo de la Ciudad de manera constante desde 2012. Claro está, ese mismo ajuste lo describimos de un lado y otro de la General Paz: en materia de recortes no hay grietas.
La ministra porteña omite que las escuelas secundarias estatales de la Ciudad tienen los mismos niveles de deserción que los de todo el país. En efecto, en las escuelas porteñas, con datos de 2020, de cada diez que arrancaron el secundario tres se quedaron en el camino, cifra que trepa a cuatro de cada diez en las escuelas estatales. Y como si frente a ese cuadro no estuviera aplicando las mismas recetas que el gobierno nacional: el “siga, siga”, la evaluación colegiada por áreas, el considerar el progreso por encima de las calificaciones promedio o la introducción de la promoción automática en el ciclo básico del secundario. Basta ver el nuevo régimen académico porteño.
Pondera la necesidad de una escolarización temprana en una jurisdicción que carece de vacantes estatales, con particular fuerza en el nivel inicial. Según los datos de 2021, más de 20.000 niñas y niños se quedaron sin vacantes al punto que la justicia la obligó, en 2019, a garantizar el acceso, en particular en los distritos escolares de las zonas más pobres de la ciudad, donde además se verifica mayor desigualdad y brecha educativa. Tenemos los datos gracias a la “cultura de la evaluación” y las pruebas FEPBA y FESBA: en Soldati, Riachuelo y Lugano las y los estudiantes rinden bastante peor que en Recoleta. Finalmente, la ministra habla de priorizar la ampliación de la jornada escolar, sin embargo, en diez años, las escuelas con jornada simple solo disminuyeron un 15% y siguen siendo el 49% del total. La Ciudad no está por fuera del país. Muestra las mismas desigualdades (en este caso, norte-sur), las mismas recetas en materia de política educativa y las mismas tendencias al ajuste. La grieta existe, sí, pero solo en el discurso.
Dos verdades, pero con otro contenido social
Como vemos, Acuña miente. Pero hay dos elementos que debemos recuperar. Por un lado, la planificación. En efecto, quienes creemos que nuestro país puede salir del estancamiento y superar la descomposición recuperamos la planificación social como base de nuestro accionar. Esa es la base para construir un desarrollismo socialista que permita elevar el nivel de productividad y las condiciones de vida del conjunto de la población. Esa fuerza nos permitirá pensar una educación más allá del capital. Acuña y su clase no pueden planificar sencillamente porque no tienen solución para los problemas que describimos más arriba. Por el contrario, gestionan esa crisis.
El segundo elemento clave que Acuña pretende expropiar para sí es la articulación con las familias. Con la pandemia como catalizador, las familias se organizan con más fuerza para batallar contra la degradación educativa. Mientras Acuña, a partir de una operación ideológica apunta a responsabilizar a la docencia (y a los sindicatos) de la crisis actual, nosotros responsabilizamos a su clase social. Por lo tanto, debemos articular una alianza lo más amplia posible con el conjunto de la clase obrera. Debemos recuperar ese elemento bisagra que como docentes nos une con las familias: lo pedagógico. Se trata, entonces, de luchar por ese interés más general, es decir político. Debemos encarar la disputa por política educativa, eso que une lo corporativo (la lucha docente) con lo pedagógico. ¿Cómo vamos a evaluar? ¿Cómo vamos a resolver el problema de lecto-escritura en las escuelas? ¿Con qué métodos? ¿Qué formación laboral necesitan nuestros estudiantes y para qué? Son algunas de las preguntas que esperan respuestas. Ya no podemos decir solo “con mejores salarios e infraestructura”. Tenemos que decir cómo vamos a superar este atolladero y para eso hay que construir una vía distinta a la de la reacción y a la que encubre a todos los que gestionan la crisis actual.
Publicado en El Aromo Nueva Época N° 4 – Agosto 2022
- Diario Perfil, 17/11/2020: “Sobre el macartismo de Acuña y el temor a la educación”, en: https://www.perfil.com/noticias/opinion/romina-de-luca-sobre-macartismo-de-acuna-temor-a-la-educacion.phtml
- ElDiario24.com, 15/2/2018. En: https://www.eldiario24.com/nota/argentina/414206/adoctrinamiento-pro-si-se-puede-macri-llego-manuales-escolares-bonaerenses.html
1 comentario en “¿Cuál es el programa de Larreta para la educación? Discursos, gestiones y balances de Soledad Acuña”
Es realmente indignante el relato de Acuña, pero en definitiva es el mismo que el relato nacional especialmente en la pauperización de recursos , y la desvalorizacion del rol profesional docente . Que queda solo en medio de una realidad demasiado compleja