Por Eduardo Sartelli*
Hay películas que, de tan malas, se transforman en clásicos. Plan 9 del espacio sideral, la “obra maestra” de Ed Wood, ranquea entre las peores, si no la peor, de la historia, por ejemplo. No solo se ha vuelto “de culto”, sino que su director mereció una famosa (y excelente) vindicación por Tim Burton. Más cerca en el tiempo, tal vez la serie de Sharknado, con su absurdo disparatado, probablemente corra la misma suerte en términos estéticos, aunque ya la ha tenido mucho mejor en cuestiones monetarias. “Hay hombres que, de tan feos, son bonitos”, decía mi mamá, refiriéndose a Charles Bronson, Jean Paul Belmondo y, amor de sus amores, el cantante chileno Rosamel Araya, cuya versión de Propiedad privada, en la que prometía marcar la frente de su amada con sangre de sus venas como forma de indicar su posesión, me atormentaba todas las tardes del caluroso y húmedo verano conurbánico. Quizás Luis Caputo esté al borde de conquistar un lugar en ese extraño espacio de la consideración pública que rescata lo peor precisamente por eso, porque al menos se destaca en algo, aunque más no sea en lo peor.
A esta altura del partido, ¿qué podemos decir del plan económico, si es que así puede llamarse el desesperado intento por crear una nueva Convertibilidad sin privatizaciones, sin endeudamiento y con recesión casi permanente? Lo primero que podríamos decir es que estamos en un nuevo fracaso del fracaso. Estrictamente hablando, este es el tercer fracaso de lo que era, a todas luces, un fracaso desde el inicio. El primero fue el sumergir al país en una violenta estanflación, consecuencia de una devaluación brutal, la licuación de los ingresos y la paralización de la obra pública. Se puso allí sobre la mesa que la tablita cambiaria organizada como “ancla” de expectativas se iba a agotar rápido y que la inflación erosionaría el tipo de cambio, profundizando la recesión. Eso sucedió y, hacia el segundo cuatrimestre del año pasado, la conducción económica decidió que había sacado demasiados pesos del mercado y que había que remonetizar la economía. Comenzó allí una expansión de la base monetaria que, junto con el obsceno blanqueo que la potenció, generaron un “boomcito” de crédito que explicó una recuperación económica, si no como exabrupto de buzo táctico, sí, al menos, como Homero subiendo al Monte Morderhorn dormido y a hombros de los sherpas. Esta fase terminó a comienzos de este año cuando el efecto se agotó y no hubo nada que incitara a nadie a sacar sus dólares del colchón. El gobierno se hundía con camino a los 1.500 cuando aparece el FMI y lo rescata de su nuevo fracaso. Ahora comenzaría una nueva etapa que nos encaminaría al éxito, bandas mediante, gracias al generoso Donald y sus manos mágicas. Esta variante de lo que estaba mal desde un principio y que, por lo tanto, no puede corregirse, es la que se agota aquí y ahora, cuando vemos al ministro tirar la toalla del relato más absurdo que se haya visto en mucho tiempo: vamos a controlar el dólar sin dólares, en un año electoral y partiendo de un enorme atraso cambiario. Milei, estrambótico, ditirámbico, desaforado y sin temor al ridículo, se reía de los “mandriles” y pronosticaba un dólar por debajo de la banda.
Esta es una situación muy extraña, porque, más allá de los problemas estructurales de la economía argentina y de las dificultades de la coyuntura actual, la crisis en la que nos acabamos de sumergir de golpe, es autoinfligida. No porque el “programa” podría haber salido bien, no. No hay universo en que este “plan” disparatado salga bien: es inconsistente en su raíz. Pero sí porque no era necesaria tanta mala praxis. Y no me refiero solamente a la última, la de las LEFIs. Ya era mala praxis una tablita que incluía devaluaciones ridículamente pequeñas en un proceso inflacionario muy elevado que dejó progresivamente a los exportadores sin deseos de exportar, atragantados entre alza de costos internos y pérdida de competitividad externa. También era mala praxis atrasar el tipo de cambio indefinidamente, porque agravaba cada vez más la situación. No lo era menos el encubrir la recesión con emisión que, destinada a un mercado cerrado, iba a recuperar su tendencia inflacionaria. Se empiojó el asunto al intentar combatir ese rebrote con apertura de las importaciones. Una apertura bastante ridícula porque, sin divisas, no se abría nada y, cuando se abrió parcialmente el cepo para personas físicas y no para empresas, se produjo un aluvión de importaciones chinas, viajes al extranjero y el inicio de un nuevo ciclo de quebrantos locales. Como si todo este desquicio no resultara suficiente, el caputismo le agregó un ingrediente más: no acumular reservas. “No te la pierdas, campeón”, dijo Toto. Y nadie se la está perdiendo.
Es difícil encontrar una seguidilla tan obvia de torpezas, errores y sinsentidos. A esta altura del partido, el Messi de las finanzas está demostrando ser lo más parecido a Ali Dia, el falso jugador de fútbol senegalés que llegó a fichar para el Southampton, de la Premier Ligue, allá por los ’90. Hoy por hoy, es legítimo concluir que tienen poca idea de lo que están haciendo. Era claro como el agua clara que no podías quedarte sin reservas en un año electoral. ¿Por qué te perdiste esa, “campeón”? Va a sonar raro, pero hasta los técnicos del FMI tienen más idea que los caputoboys y su jefe, porque insistieron hasta el hartazgo en que había que acumular divisas en el BCRA. Ahora ha empezado la fase terminal de una relación en la cual sus miembros empiezan a echarse culpas mutuas y a rajarse. Porque Toto dice que lo de las LEFIs es de Javo, y Javo prefiere irse a no se sabe hacer qué a EE.UU. para encontrarse con el mayor tránsfuga del mundo hedge fund mientras la banda cruje. Por ahora, los une la única excusa que les queda: el “riesgo kuka”, una moneda que se deprecia muy rápido. La pregunta que flota en el aire es: ¿hasta cuándo llega esto? El gobierno ha hecho una promesa: ganamos en setiembre y todo se tranquiliza. Gracias a la Guantanamera que Karina le está haciendo cantar a toda LLA, ya ha caducado. Entonces, refuerza otra: ganamos en octubre y se terminó. Ponele. ¿Y después? ¿Cómo sigue el baile?
No sigue. No sigue con Caputo, seguro. Habría que ver si con Milei, dependerá de la situación política resultante de la contienda electoral. No creo que el ministro se despida como en esa otra canción que adoraba mi madre, esa que decía “al partir, un beso y una flor”. Va a ser un poco más complejo. Como sea, en ese momento, Luis Caputo habrá logrado entrar en el podio de los peores ministros de economía que ha tenido este país. Y que, principio de revelación, se puede tropezar dos veces con la misma piedra. Tiemblo de solo pensar que no hay dos sin tres. Con lo que hizo ya puede colocarse, con comodidad, a la altura de los malos malos, como el pobre Wood, o de los feos feos, como el, después de todo, querido Rosamel.
*Nota publicada en Deuda Prometida, 09/09/2025.