La represión de la inflación

Eduardo Sartelli *

Un error bastante común de los economistas al analizar “variables” es ponderarlas por separado. Así, el gobierno tendría un éxito remarcable con las “variables” inflación y fiscalidad, aunque dificultades con el balance comercial, un tema serio con las tasas, una situación controlada con el tipo de cambio y una preocupación no muy relevante con la deuda. Pareciera que se trata solo de encarrilar una “variable” fuera de lugar, algo razonablemente sencillo teniendo en cuenta que todo reposa sobre el sólido terreno de la tendencia descendente de la curva de precios, del superávit fiscal, del acuerdo con el FMI y el apoyo yanqui. Pues bien, lo que hay que valorar, es el conjunto y, sobre todo, las relaciones entre las “variables”. Carece de importancia si la inflación baja o no, sino cuál es la relación que guarda la tendencia inflacionaria con el conjunto de la macroeconomía.

El primer “anclaje” al que el gobierno recurrió para enfrentar las tendencias inflacionarias, las heredadas y las provocadas por la devaluación inicial, fue la recesión. Esto fue muy claro en el primer semestre de 2024: la violenta caída de la actividad suavizó el traspaso a precios y licuó el déficit. Como se ha dicho, más que motosierra, “licuadora”. Comenzó, a partir de allí, una carrera contra una nueva devaluación que quebrara la tendencia hacia la baja de la inflación. Se recurrió a un blanqueo escandaloso y, cuando todo estaba al borde de la explosión, a la mano salvadora del FMI. Luego vino el Plan Colchón y un “dólar soja”. Si el primero fracasó, el segundo no alcanzó. En el medio, con dólares escasos, solo quedaba sacar pesos, cada vez más abundantes por la caída de la tasa de interés y el retorno del crédito, es decir, por la creación secundaria de moneda. La forma de sacar parte de esos pesos fue la emisión de letras capitalizables, las LEFI: los intereses no se pagan, por lo que, mágicamente, no impactan en el presupuesto. Con una base monetaria que aumentó varias veces, se vivió un rebote económico que llegó hasta mayo de 2025. En ese entonces se hizo claro que cada vez costaba más renovar las letras y que, entrando en la época de sequía de divisas sin reservas, octubre se transformaría en sinónimo de nuevo punto de quiebre de la política económica, cambiando las expectativas presentes. Para peor, la caída de las tasas arruina el carry trade, único mecanismo en pie para la entrada de dólares, amenazando la meta inflacionaria. El levantamiento parcial del cepo, con auge de importaciones chinas tiene doble efecto: reprime precios internos, pero aumenta la sangría de divisas. Esta presión sobre el dólar lleva a más intervención en el mercado de futuros. Al final, el mercado y los bancos fuerzan a una devaluación que se refleja ya en este agosto y a la recomposición del carry subiendo a la “estratósfera” las tasas de interés. Con estas tasas, no hay inflación porque se paraliza la economía. El control de la inflación vuelve, entonces, a recaer sobre la recesión económica. Como esto alerta al mercado acerca de la inviabilidad del “plan” y de una más que probable devaluación después de octubre, cuya magnitud dependerá de la suerte electoral, el mercado se adelanta y añade fuego a la hoguera de divisas. Para peor, el empeoramiento de las expectativas electorales del gobierno, resultado de los escándalos de corrupción que acaban de explotar, simplemente presagia un incendio general al que el equipo económico ya no sabe cómo enfrentar, regalando las chirolas que le quedan. Octubre se adelantó a setiembre y se asentó en la provincia de Buenos Aires. Que aguante o explote ya, dependerá, otra vez, de lo que salga de las urnas este domingo. Mientras tanto, la inflación parece contenida, por ahora, en torno al 2%.

¿Qué significa esta breve descripción de las relaciones entre las “variables”? Que no hay ningún éxito llamado “inflación” ni “superávit fiscal” y que estamos en el mismo punto en el que empezamos: apelando a la recesión para controlar la inflación. O sea, reconociendo que lo que se ha hecho es reprimir los efectos sin atacar las causas. Tanto nadar, para morir en la orilla y, lo peor, es que ya no importa: estamos en vísperas de un descalabro general.

*Nota publicada en Perfil, 06/09/2025.

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