UNIVERSIDADES: Ganar las calles con una agenda propia

Una marea humana copó las calles de todo el país el pasado 23 de abril. Solo en la Ciudad de Buenos Aires mientras el gobierno atina a fantasear con 150.000 personas, cerca de un millón se movilizaron. Algunos datos conservadores estimaron 400.000 asistentes en CABA. Número al que se suman fenómenos de igual intensidad en las principales ciudades del país en defensa de sus propias universidades. Porque a la multitud en CABA se sumó otra en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires: Moreno, Mar del Plata, La Plata, Bahía Blanca. En el resto del país: Rosario, Córdoba, Chaco, Misiones, Bariloche, Mendoza, Chubut, Tierra del Fuego, Río Gallegos, Santiago del Estero, Salta, Santa Fe, Paraná, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Tucumán, San Luis. El consenso es unánime: nadie recuerda semejante envergadura de personas protestando juntas en los últimos años.

La defensa de la educación recorre transversalmente a la sociedad. Se trata de la defensa de nuestra propia historia: una Argentina que logró a través de su educación sacar a la población del analfabetismo, ser faro del resto del mundo y, a través de su universidad, permitir el ascenso social. Podemos discutir que hoy estamos muy lejos de ese horizonte, pero la universidad sigue siendo ese reservorio de anticuerpos a la tendencia a la degradación más general. Lo hace con un proceso de selección de clase, es cierto. No menos cierto que aún en ese cuadro permite cierta promoción social: las fracciones mejor pagas de la clase obrera transitan la universidad junto a la “clase media” -más obreros que pequeño-burgueses en una ideología que se resiste a morir y reconocer su verdadero rostro de clases- y los hijos de la burguesía. Pero aún la fracción más pobre de la clase obrera, esa que tiene los ingresos más bajos, en un 18% cursa estudios universitarios. Una primera conclusión se extrae: la defensa de la gratuidad es una conquista obrera que la clase se niega a ceder. Y lo hace porque la universidad hoy en Argentina, gracias a la gratuidad, es masivamente obrera. Eso explica la transversalidad de la marcha. Desde esos que son primera generación universitaria aglutinando a todas las universidades nacionales sino también a universidades privadas igual de prestigiosas: San Andrés, la Di Tella por mencionar dos.

Tanta fue la magnitud de gente que Patricia Bullrich con intención de activar su protocolo anti piquetes quedó en ridículo por la falta de timing. En la misma suerte cayó Javier Milei posteando por twitter deslegitimando la marcha mientras la realidad en la calle le anuncia que podría observar este 23 de abril su propia suerte: terminar como López Murphy. En ese momento, el ministro de economía osó con recortarle a las universidades $360 millones del presupuesto un año y $450 millones al año siguiente. El anuncio llegó en marzo de 2001. El paquete fue de la mano de despidos en el Estado, intenciones de reforma laboral y ajuste sobre los jubilados. La historia se conoce: quince días después tuvo que renunciar.

Por eso, en lo que puede ser la primera gesta de un auténtico movimiento opositor, cercanos al gobierno le advierten que puede correr con la suerte de su antiguo aliado.

Algunos señalan que este 23 de abril constituyó el fin de la “luna de miel” con el gobierno si es que la pasividad anterior entra en esas palabras. Fueron parte de los votantes de Javier Milei quienes marcharon: no solo los opositores. Cientos de miles de jóvenes coparon las calles. Nadie puede decir que ellos son “la casta”. Cierto es, también, que menor (o nula presencia) tuvo la fracción de la clase obrera más pauperizada y desinstitucionalizada que apoya al gobierno. No obstante, el ajuste que se siente día a día como recorte a los jubilados, ajuste en las tarifas, inflación y licuación del salario hará lo suyo. Pero se trata de dar el primer paso para organizar al conjunto de las y los trabajadores con una agenda propia. Se trata de sumar a esos compañeros. La marcha del 23 fue un primer paso porque constituyó la primera derrota importante que sufre el gobierno. Una derrota real que se gestó en las calles y obligó al gobierno a recular: cambio de funcionarios negociadores con los rectores, reuniones para acordar mejoras presupuestarias que se suman a las erogaciones anunciadas días antes de la marcha, etc. La marcha mostró que el “consenso” que dice tener Milei para el ajuste es falso y que ni siquiera su supuesta base de apoyo -la juventud libertaria- le otorga un cheque en blanco. Incluso sus propios aliados fueron partícipes de la gesta de esta derrota -el radicalismo, pero no únicamente- lo que evidencia un gobierno partido y débil políticamente.

Finalmente, la marcha evidenció un frente muy amplio en defensa de la educación toda. El radicalismo, el pro, el peronismo K o no K, los intendentes y gobernadores, la izquierda, la CGT, los sindicatos docentes de todo tipo y color. Por eso, el recule del gobierno abre la discusión del cómo seguir. Algunos intentarán discutir un ajuste más gradual o menos gradual llevando “gobernabilidad”. Esa no puede ser nuestra agenda.

Depende de nosotros se geste un movimiento opositor que logre reunificar al conjunto de las y los trabajadores con una agenda propia. Precisamente eso es lo que se juega detrás de la defensa de la educación universitaria: la formación de los técnicos y especialistas capaces de construir las soluciones que necesitamos aquí y ahora para salir del estancamiento. En su ceguera política el gobierno tiene consciencia de ello, por eso, busca destruir ese último reducto antidegradación educativa deslegitimando su accionar. Pero esta lucha logró precisamente poner en agenda la defensa de la educación toda. Se debe aprovechar ese movimiento, mantener el estado de debate y discusión asamblearia en cada escuela y universidad no solo para evitar el ajuste sino dotarnos de una agenda que trascienda el debate educativo y debata un programa integral para la sociedad argentina: pensar la Argentina del 2050.

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